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Fauna

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José Antonio Domínguez
Luis Bolea Berné

Mientras la vegetación forma parte inseparable del paisaje, la fauna resulta más difícil de detectar para el observador no habituado. Sólo algunas aves o insectos, por su colorido o por los sonidos que emiten son reconocidos como familiares. Pero la diversidad animal es inmensa, especialmente en lo que a invertebrados se refiere.

No obstante, a continuación vamos a enumerar sólo algunas especies de vertebrados comunes en las tierras de Daroca y el Jiloca, los cuales podemos identificar fácilmente en la naturaleza o cuya presencia podemos detectar por sus huellas y rastros.

Fauna de carrascales y robledales

En la espesura forestal de los carrascales, quejigares y marojales encontramos especies que aprovechan bien el cobijo de la vegetación y tienen en las bellotas una parte importante de su dieta. Así sucede con el jabalí, cuya expansión reciente se debe tanto a la falta de depredadores como al resurgir de la espesura en muchas zonas tras la despoblación humana. Difícil de ver, podemos fácilmente encontrar rastros suyos, como pisadas en el barro, revolcaderos o piedras y tierra removidas al hozar en busca de tubérculos, raíces y gusanos.

Otro habitante muy abundante de estas tierras es el zorro, un buen reciclador de materia orgánica y siempre cerca del hombre.


Zorro
© Julio Sánchez.     Zorro


Penetrando en estos bosques podremos, no obstante, sorprendernos por el potente y brusco aletear de las palomas torcaces que surgen a nuestro paso, o bien el grito regañante e inconfundible del arrendajo.

Fauna de pinares

Los bosques de pinos, por su parte, mantienen a dos especies que tienen en los piñones la base de su alimentación. La ardilla roja es una de ellas, no difícil de observar viéndola trepar por los troncos. Por otro lado también están los piquituertos, pájaros especializados en partir los piñones con su ganchudo y poderoso pico. Por supuesto, estos consumidores de materia vegetal tienen unos depredadores, igualmente consumados especialistas en moverse con soltura por troncos y ramas, como la garduña, o en volar maniobrando ágilmente en el laberinto del pinar, como el azor.

Fauna de roquedos y cantiles

Las paredes y cantiles, por su inaccesibilidad, son un refugio excepcional para algunas aves, concretamente para los señores del cielo como el águila real, el buitre leonado o el halcón peregrino. Todos ellos crían en cortados y roquedos o los utilizan como posadero, dormidero u oteadero desde donde acechar a sus presas.

Mucho menos conocido, casi invisible, también el búho real tiene en los cortados rocosos su posadero. Sus hábitos nocturnos y su inmovilidad y mimetismo durante el día hacen que sólo pueda ser detectado por pacientes observadores.

Fauna de sotos y ramblas

Seguramente, los sotos sean los enclaves de mayor diversidad faunística, sobre todo en lo que a aves se refiere. Visitantes estivales como el autillo, la oropéndola o el ruiseñor; invernantes como el petirrojo; de paso como currucas, papamoscas y mosquiteros; todos ellos se suman a la infinidad de pajarillos que pueblan las riberas todo el año, como jilgueros, verdecillos, mirlos...

Fauna de páramos y eriales y cultivos

También el erial inhóspito, el páramo desolado, los interminables y monótonos campos de cereal tienen su fauna. Una fauna adaptada a soportar los vientos gélidos y las noches heladas del invierno; la insolación inmisericorde y la sequía del estío; los fuertes contrastes de temperatura; la falta de arbustos que den sombra y cobijo. Son animales austeros y críticos, capaces de sobrevivir bajo mínimos o de pegarse al suelo y confundirse con la tierra y el rastrojo; animales que tienen en la inmovilidad absoluta o en la rápida huida sus armas para eludir a los depredadores; animales que tienen en su elevada capacidad reproductiva la posibilidad de aprovechar los recursos de la buena estación.

Entre ellos encontramos mamíferos como la liebre y el conejo o aves como la perdiz y la codorniz o como la alondra, la calandria, la moñuda y el resto de alaúdidos. Su coloración parda, común a todos ellos, es sin duda la mejor muestra de adaptación a la vida terrestre.

Pero en las llanuras desarboladas y cerealistas hay tres especies especialmente ligadas a los medios abiertos y que en parte evolucionaron junto a la expansión de las tierras de cultivo ganadas al bosque. Una es el sisón y, otra, la avutarda o "auca", sin duda la reina del paisaje abierto, pero de la que ya sólo se puede ver algún bando por las orillas de Gallocanta, tras desaparecer del Campo de Romanos. La tercera especie es el aguilucho cenizo, incansable planeador en busca de roedores y alaúdidos. Ambos tres se encuentran amenazados por los cambios en las prácticas agrícolas. Insecticidas, herbicidas, roturaciones y cosechadoras son sus principales enemigos.

Fauna de ríos y lagunas

Los animales que componen la fauna acuática son unos de los más amenazados tanto por la creciente contaminación de las aguas -todo va a parar a los ríos- como por el consumo abusivo que hace el ser humano del agua, secando tramos enteros de ríos y arroyos que, por otra parte, no son muy generosos en caudal en estas tierras marcadas por unas precipitaciones más bien escasas.

El deterioro de la calidad de las aguas está bien documentado por el retroceso de algunas especies como la trucha común y el cangrejo de río común. También el martín pescador se ha vuelto escaso y ya es difícil verlo acechar a los alevines desde alguna rama.


Cangrejo de río común
© Javier Escorza     Cangrejo común


En este apartado hay que señalar a la especie más emblemática de la comarca. Se trata de la grulla común. Aunque de hábitos terrestres a la hora de alimentarse, ya que campea por eriales y sembrados, su querencia de lugares encharcados para pasar la noche, hace que siempre acuda a zonas de aguas someras para agruparse y dormir. Esto sucede en la laguna de Gallocanta, donde decenas de miles de grullas recalan durante algunas semanas en otoño y primavera, en sus viajes migratorios, y creando no pocos conflictos con los agricultores.

Fauna urbana

No hay que olvidar, para terminar, a la fauna urbana y doméstica, la que comparte su espacio vital con las personas, la que se ha aprovechado de las construcciones o de los cultivos humanos para sobrevivir. Un buen ejemplo puede ser la esquiva lechuza, que habita desvanes, graneros y cualquier hueco propicio en edificios, granjas e iglesias y que explota el variado mundo de pequeños mamíferos roedores -ratones, topillos- e insectívoros -musarañas- que pululan por los cultivos, corrales y granjas.

Más llamativas son otras avecillas, como los vencejos, que llenan con sus gritos durante el estío las calles de nuestros pueblos y crían en tejados y grietas de muros; o las golondrinas, también estivales, que aprovechan desvanes y cobertizos para instalar su nido de barro.

 

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